El ritual inútil para antes de dormir: el té de yerbas, el
comprimido de Zolpidem, lavarme los dientes, ponerme la pijama, decir mis
oraciones.
Comienzo entonces a acomodarme. Inician las vueltas en la
cama, mismas que después de octubre se han vuelto más cuidadosas y menos
frecuentes. Duermo ligera, sin calcetines ni edredones pesados, del lado
derecho de la cama, el izquierdo es reservado y solo invadido en ocasiones.
Procede un espacio de unos 15 minutos o más en buscar
figuras en el tirol del techo.
Después del ejercicio de imaginación, comienzan los ensayos
mentales de conversaciones que nunca tendré, como cuando le pido un aumento a
mi jefe, o como cuando te digo que he decidido dejarte. Ninguno jamás tendrá
espacio en un plano real, o por lo menos compartido.
Calculo unos 40 minutos desde el té y el zolpidem. En la
caja de comprimidos se aconseja tomar la dosis en cama, debido al efecto casi-inmediato (15 minutos según las instrucciones). Yo tardo más. Veo el reloj
del buró para confirmar mi cálculo.
Me paro al baño.
Regreso, prendo la luz de la lamparita y leo. Mi
concentración es casi nula, tardo varios minutos y varias reversas para pasar
una página. No entiendo. Leo de nuevo. No entiendo. Leo de nuevo. Entiendo a
medias. Me conformo. Mañana lo leeré de nuevo para entender mejor. Apago la luz
Paso una hora y media totalmente estéril. Me levanto de la
cama y prendo un cigarro a lado de la ventana.
Las conversaciones ficticias regresan en respuestas posibles
de mis interlocutores. Mi jefe no solo aumenta mi sueldo, me da una promoción,
una oficina nueva y 20 días extras de vacaciones,
o me despide. Tú me pides que no te abandone –abro los ojos abruptamente-
Prendo otro cigarro.
En cualquiera de los escenarios (con mi jefe o contigo)
termino huyendo de la ciudad o del país hacia un lugar en donde me cambio el nombre
y empiezo de nuevo. Ampliando mi ejercicio de imaginación.
Han pasado 90 minutos desde la última vez que ví el reloj.
El zolpidem es una promesa no cumplida.
Yo comienzo a acercarme al espiral de la sumisión onírica
cuando comienza la etapa filosófica-existencial de mi noche de insomnio. El
conteo de minutos se frena en un espacio/tiempo inverosímil donde desde las 11 de
la noche a la fecha han pasado millones de años (o tardes de domingo) y
comienzo a cuestionármelo todo.
Me deprimo y lloro
Dentro del llanto y los lamentos, logro conciliar el sueño y
mi corazón, esperando que el descanso no solo sea físico.
Suena el despertador. 5:30 am. Frío matutino y laboral.
Bueno. Al menos se
acabaron los domingos.